La relación entre la falta de sol y la vitamina D es crucial para comprender cómo mantener nuestra salud óptima, especialmente durante los meses de invierno. Los días invernales nos brindan un sol suave y reconfortante, que además de calentar, nos proporciona una dosis de vitamina D, esencial para nuestra salud. Esta vitamina, crucial para mantenernos saludables y protegidos contra infecciones, la obtenemos principalmente del sol y también de alimentos como pescado azul, setas, productos lácteos y sus alternativas enriquecidas.
Con la llegada del invierno, la disminución de la luz solar aumenta el riesgo de deficiencia de vitamina D, justo cuando más la necesitamos para fortalecer nuestro sistema inmunológico contra los virus que están más activos en esta época. Ante esta paradoja, surge la pregunta: ¿cómo podemos garantizar un adecuado nivel de vitamina D durante el invierno? ¿Es necesario recurrir a suplementos? ¿Quiénes son los más vulnerables ante esta carencia?
La importancia de la vitamina D va más allá de simplemente fortalecer nuestros huesos al facilitar la absorción del calcio. En la década de 1980, los científicos descubrieron su papel crucial en el sistema nervioso, muscular e inmunitario, donde contribuye a mejorar nuestra capacidad para combatir infecciones y reducir la inflamación.
A lo largo de nuestra existencia, los huesos están en constante formación, regeneración y mantenimiento. La vitamina D desempeña un rol esencial en este proceso al facilitar la correcta absorción del calcio, promoviendo así la fortaleza ósea. Además de su función en la salud de los huesos, la vitamina D presenta una amplia gama de beneficios adicionales.
Por un lado, ayuda a prevenir la osteoporosis que, con la adecuada combinación de vitamina D y calcio en la dieta, es posible retrasar, disminuyendo así el riesgo de osteoporosis y fracturas. También contribuye al mantenimiento de la función muscular óptima, es decir, el control de las contracciones musculares, evitando calambres involuntarios que podrían ocasionar caídas o movimientos bruscos. Y por si todo esto fuera poco, este nutriente desempeña un papel fundamental en el fortalecimiento de las defensas del organismo contra enfermedades y agentes patógenos, mejorando así la respuesta inmunitaria.
La principal fuente de vitamina D es la exposición directa a la luz solar. Durante los meses más cálidos del año, con una adecuada protección contra los rayos ultravioleta, es relativamente fácil obtener vitamina D de manera natural, especialmente para aquellos que pasan tiempo al aire libre. Sin embargo, durante el invierno, cuando la exposición solar es limitada y tendemos a cubrirnos más, su producción se ve reducida, lo que puede afectar negativamente al sistema inmunológico y aumentar el riesgo de enfermedades.
Para contrarrestar la escasez de exposición solar en invierno, es fundamental incluir en la dieta alimentos ricos en vitamina D, como las yemas de huevo, los pescados grasos (el atún, el salmón o la caballa), así como los aceites de hígado de pescado. Además, cuando bajan los termómetros y las horas de luz se reducen, puede ser beneficioso recurrir a suplementos multivitamínicos para mantener niveles óptimos de vitamina D y reforzar las defensas del organismo.